La práctica de dar testimonio funciona como instrumento jurídico, policial, periodístico, científico, académico y artístico relacionado con la herencia histórica de la confesión católica y la pastoral. A mediados del siglo XIX, se vuelve uno de los mecanismos principales para construir conocimiento occidental y garantizar un orden de verdad. Atestiguar con la voz propia, a cara y cuerpo, un punto de vista subjetivo de la experiencia individual, sentencia una asimetría de poder que se perpetra en una paradoja conocida. Delincuentes pobres, loques, homosexuales, hermafroditas, indígenas, migrantes, negres, mujeres, personas trans y familiares de desaparecides, discapaitades se sientan en el banquillo histórico de lo singular, único, anómalo, caso o cupo. Una inversión cínica a la que estamos acostumbrades: las mayorías reales se vuelven minorías de derecho. La élite oculta su carácter minoritario, se instituye como universal mientras que las mayorías reales se mantienen sumidas en los mecanismos de invisibilidad. El objeto de testificación, curiosidad o investigación se vuelve extraño de sí mismo; y, mediante un relato personal, obturada la inscripción genealógica de un movimiento enorme al que pertenece, el orden somático —el cuerpo, la piel, las medidas corporales— funciona como la fuente, sustrato último de legitimidad y confirmación de la veracidad del asunto. En el testimonio, por metalepsis, el cuerpo personal debe dar cuenta de una comunidad ignorada. Atestiguada su mera existencia corporal, el recorrido colectivo vuelve a foja cero.
Como equipo artístico Río Paraná convocamos a artistas y activistas trans de distintas genealogías diaspóricas de Abya Yala a realizar, en plena crisis sanitaria, una operación sobre las demandas de testimonio. En términos inconexos, animistas y ecocéntricos, Mil sucesos perdidos hasta ahora (2020) invita a crear mitos de origen. Tenemos la esperanza de que dotarnos de nuestras propias fantasías de creación ponga en evidencia el carácter ficticio de todos los orígenes y, en particular, de los más legitimados. Mil sucesos perdidos hasta ahora es el resultado de una colaboración entre ocho amigues. Con Carla y Mar Morales Ríos, Tito Mitjan Alayón, Poll Andrews, Noche Nacha, Lía García (La Novia Sirena) y Say Sacayán, nos preguntamos: ¿quiénes pueden hacer relatos lineales y transparentes de sí mismes? ¿Quién accede a los archivos personales para narrarse? ¿Quiénes pueden renunciar a la permanente búsqueda de su pasado? ¿Cuáles son las fantasías que nos sostienen? Si al comienzo no fue ni el verbo ni la copia, como sostiene el posestructuralismo, ¿qué fue? Mil sucesos perdidos hasta ahora urde entre ínfimos susurros, casi inaudibles, contradictorios y totalmente fuera del curso normal de los hechos, historias de devoción, chismes de familia, revelaciones infantiles y contra–testimonios a los que nos brindamos para explicar en la intimidad: ¿cómo ocurrió esto que soy?
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